viernes, mayo 02, 2008

La Delincuencia y el Alcohol



El Martes me asaltaron. Podía haber sido algo normal, pero supongo que todas las cosas normales ya me pasaron, así que tenía que ser así, raro. Después de la clásica rutina del bar de los Martes, habiendo tomado los vodkas de rigor y asesinado a Erwin Díaz por centésima vez este año crucé el Parque Forestal a esa agradable hora de las 04:30 am, más menos 1 hora, supongo, cuando se me abalanza este sujeto, al que no creo que pudiera recordar y que me invita amablemente a entregarle mi billetera, así de específico. Como estaba lo suficientemente borracho no iba a poner mucha resistencia ni hacer ningún show tipo Kung Fu que ameritara un punzaso o una buena risotada, así que se la pasé sin ton ni son; además eso me evitaba el hecho de entregarle el dinero en efectivo que nunca llevo en la billetera, ni mi bolso donde llevo libros, lápices y otras cosas importantes.

Mi nuevo amigo salió disparado, desapareciendo entre los árboles y la borrachera del parque más bonito de Santiago. Un poco a la risa, seguí mi camino (tengo que reconocer que algo de irresponsabilidad había en mi actitud desfachatada) y cuando ya estaba a media calle vi aparecer de nuevo a este sujeto, que se acercó raudamente hacia mí: "ya, toma", y en su mano estaba mi ex billetera como un trofeo o algo irreal. Perplejo pero en silencio la tomé; confieso que nunca me había pasado nada parecido. Por supuesto, un segundo después apareció un policía, que empezó a increpar y cuestionar a mi amigo Botijaco, "lo asaltó? está bien?". "Tengo todo, todo está bien" supongo que dije, la verdad no recuerdo muy bien las palabras (cada día entiendo menos las palabras), miré el interior de la billetera, ahí estaban las tarjetas, el carnet de conducir, el de identidad, todos revueltos pero ahí estaban, incluso un par de papeles ridículos que guardo en función de dos amigos que un día me pidieron un favor. "Me puedo ir?" pregunté, "sí claro..." dijo el fantasmagórico policía. Seguí caminando y tomé un taxi y me dejé caer alcoholizado en cama. Supongo que lo que siempre me dice mi editor es cierto, que tengo una suerte extraña para estas cosas, que siempre me libro, hasta que no sea así, claro.

Al día siguiente revisé como 50 veces la billetera para asegurarme que todo fue real, y haciendo eso me di cuenta que no tenía mi reloj de bolsillo y que ahora un extraño encendedor figuraba en mi chaqueta.