lunes, septiembre 22, 2008

Quien le tiene miedo al Tony Caluga?



Mis padres nunca me llevaron al circo, tampoco jugamos al trompo, ni a la carreras de sacos, para qué decir el palo encebado o atrapar al chancho... La verdad es que mi padre fue y es un personaje bastante parco y reservado, y mi madre nunca fue muy de salir sola. Así que mi relación con la "chilenidad" ha sido de ausencia y escepticismo; sin embargo, si vives un número suficiente de años en este país, y dices "bueno ya" al menos un 50% de las veces, terminas reconciliándote con todas estas cosas de adulto (todavía no sé lanzar el trompo pero cualquier día de estos aprendo), excepto quizás con el tema del circo.

En la universidad, cuando veía a los sujetos que se la pasaban todo el día tirados en el pasto lanzando palitroques al aire o soñando con lo genial que sería poder vivir de saltar, hacer piruetas y viajar de un lado para otro, pues qué puedo decir, no era lo mío, o más bien, nada estaba más lejos de mí en ese momento. Nunca me convencieron las motivaciones románticas o Johnny Depp del mundo del teatro o del circo, al tacho se iba la disciplina, el samurai de moral estricta y mente absoluta, sumergido en la poesía más maldita posible. Da risa, porque al final terminé siendo un ingeniero que sagradamente se presenta ante su jefe semana tras semana y aprieta un par de botones durante trece horas continuas. Así las cosas, mi banco me premió por gastar el triple de lo normal con mis tarjetas de crédito y me regaló unas entradas y ayer fui a ver el Cirque du Soleil.



No hay que mentir, la mayoría sabe que es un espectáculo de calidad, hasta yo lo sé, así que feliz de ir; además me daba la oportunidad de lucirme y llevar a alguien a una experiencia de esas que se ven pocas veces en la vida. Entonces vino el tema de a quién invitar, lo cual se resolvió una noche en la que terminé bailando con dos chicas muy hermosas (por separado, se entiende), a la primera le dije si pensaba ir a ver el Cirque Solei, para (claro) decirle que me había ganado unas entradas, pero su respuesta me sorprendió tanto que no supe que hacer: "¡Ya las vi todas! ... las fui a ver en París"... No creo que estuviera fanfarroneando o algo así, yo ya sabía que ella había vivido allí, simplemente creo que expresaba su entusiasmo por ese grupo, el punto es que no supe decir nada más. Más tarde, hacia el final de la noche, bailaba con otra amiga a la que conozco todavía muy poco, pero que debe ser la mujer más atractiva con la que me he terciado en mucho tiempo, una alegre ninfa que va desatando infierno y locura por donde pasa; por supuesto que me lancé, claro que en esta ocasión fui más específico: "¿Te gustaría ir al Circo Solei el Sábado 20 de Septiembre?", lo siguiente fue una pausa de 30 segundos y unos ojos de mamá frente a su primer pañal, para luego decir "claro... a cualquiera le gustaría..."

Lo único bueno de la edad es que aprendes a dialogar con la euforia y con el fracaso. Tengo una amiga que me dijo que lo peor que pude haber hecho fue haber invitado a las dos en la misma fiesta, en el momento me pareció de lo más normal, pero supongo que tiene razón... Sin ánimo de tentar más a la suerte, llamé a mi hermano y fuimos los dos solterones de la familia al circo.

El escenario me pareció un tanto pequeño, y por mi mente giraban escenas de payasos, una teleserie y música gitana, tenía la peor de las predispociones supongo. Y entonces las luces se apagaron, y algo se quebró, y todo el Solabarrieta (un personaje impresentable de la televisión local) que llevo dentro despertó, y lloré, esas tristezas inexplicables, a las que hay que entregarse sin más. Lo que vino en las siguientes dos horas y media fue simplemente sobrecogedor, la elegancia, la belleza, la dedicación y alegría, el asombro, la felicidad limpia. Bueno, la música igual un poco mamona.

En fin, es bueno estar vivo.