viernes, noviembre 14, 2008

punchi punchi



Un hombre me habló
en un bar
acerca de la especulación en el arte
especulación
en el objeto.

al objeto de arte se le traiciona
se le traiciona por dinero
la música es libre porque muere

la mujer, ¿muere?
¿la música es la mujer de la literatura?

lunes, septiembre 22, 2008

Quien le tiene miedo al Tony Caluga?



Mis padres nunca me llevaron al circo, tampoco jugamos al trompo, ni a la carreras de sacos, para qué decir el palo encebado o atrapar al chancho... La verdad es que mi padre fue y es un personaje bastante parco y reservado, y mi madre nunca fue muy de salir sola. Así que mi relación con la "chilenidad" ha sido de ausencia y escepticismo; sin embargo, si vives un número suficiente de años en este país, y dices "bueno ya" al menos un 50% de las veces, terminas reconciliándote con todas estas cosas de adulto (todavía no sé lanzar el trompo pero cualquier día de estos aprendo), excepto quizás con el tema del circo.

En la universidad, cuando veía a los sujetos que se la pasaban todo el día tirados en el pasto lanzando palitroques al aire o soñando con lo genial que sería poder vivir de saltar, hacer piruetas y viajar de un lado para otro, pues qué puedo decir, no era lo mío, o más bien, nada estaba más lejos de mí en ese momento. Nunca me convencieron las motivaciones románticas o Johnny Depp del mundo del teatro o del circo, al tacho se iba la disciplina, el samurai de moral estricta y mente absoluta, sumergido en la poesía más maldita posible. Da risa, porque al final terminé siendo un ingeniero que sagradamente se presenta ante su jefe semana tras semana y aprieta un par de botones durante trece horas continuas. Así las cosas, mi banco me premió por gastar el triple de lo normal con mis tarjetas de crédito y me regaló unas entradas y ayer fui a ver el Cirque du Soleil.



No hay que mentir, la mayoría sabe que es un espectáculo de calidad, hasta yo lo sé, así que feliz de ir; además me daba la oportunidad de lucirme y llevar a alguien a una experiencia de esas que se ven pocas veces en la vida. Entonces vino el tema de a quién invitar, lo cual se resolvió una noche en la que terminé bailando con dos chicas muy hermosas (por separado, se entiende), a la primera le dije si pensaba ir a ver el Cirque Solei, para (claro) decirle que me había ganado unas entradas, pero su respuesta me sorprendió tanto que no supe que hacer: "¡Ya las vi todas! ... las fui a ver en París"... No creo que estuviera fanfarroneando o algo así, yo ya sabía que ella había vivido allí, simplemente creo que expresaba su entusiasmo por ese grupo, el punto es que no supe decir nada más. Más tarde, hacia el final de la noche, bailaba con otra amiga a la que conozco todavía muy poco, pero que debe ser la mujer más atractiva con la que me he terciado en mucho tiempo, una alegre ninfa que va desatando infierno y locura por donde pasa; por supuesto que me lancé, claro que en esta ocasión fui más específico: "¿Te gustaría ir al Circo Solei el Sábado 20 de Septiembre?", lo siguiente fue una pausa de 30 segundos y unos ojos de mamá frente a su primer pañal, para luego decir "claro... a cualquiera le gustaría..."

Lo único bueno de la edad es que aprendes a dialogar con la euforia y con el fracaso. Tengo una amiga que me dijo que lo peor que pude haber hecho fue haber invitado a las dos en la misma fiesta, en el momento me pareció de lo más normal, pero supongo que tiene razón... Sin ánimo de tentar más a la suerte, llamé a mi hermano y fuimos los dos solterones de la familia al circo.

El escenario me pareció un tanto pequeño, y por mi mente giraban escenas de payasos, una teleserie y música gitana, tenía la peor de las predispociones supongo. Y entonces las luces se apagaron, y algo se quebró, y todo el Solabarrieta (un personaje impresentable de la televisión local) que llevo dentro despertó, y lloré, esas tristezas inexplicables, a las que hay que entregarse sin más. Lo que vino en las siguientes dos horas y media fue simplemente sobrecogedor, la elegancia, la belleza, la dedicación y alegría, el asombro, la felicidad limpia. Bueno, la música igual un poco mamona.

En fin, es bueno estar vivo.


viernes, mayo 02, 2008

La Delincuencia y el Alcohol



El Martes me asaltaron. Podía haber sido algo normal, pero supongo que todas las cosas normales ya me pasaron, así que tenía que ser así, raro. Después de la clásica rutina del bar de los Martes, habiendo tomado los vodkas de rigor y asesinado a Erwin Díaz por centésima vez este año crucé el Parque Forestal a esa agradable hora de las 04:30 am, más menos 1 hora, supongo, cuando se me abalanza este sujeto, al que no creo que pudiera recordar y que me invita amablemente a entregarle mi billetera, así de específico. Como estaba lo suficientemente borracho no iba a poner mucha resistencia ni hacer ningún show tipo Kung Fu que ameritara un punzaso o una buena risotada, así que se la pasé sin ton ni son; además eso me evitaba el hecho de entregarle el dinero en efectivo que nunca llevo en la billetera, ni mi bolso donde llevo libros, lápices y otras cosas importantes.

Mi nuevo amigo salió disparado, desapareciendo entre los árboles y la borrachera del parque más bonito de Santiago. Un poco a la risa, seguí mi camino (tengo que reconocer que algo de irresponsabilidad había en mi actitud desfachatada) y cuando ya estaba a media calle vi aparecer de nuevo a este sujeto, que se acercó raudamente hacia mí: "ya, toma", y en su mano estaba mi ex billetera como un trofeo o algo irreal. Perplejo pero en silencio la tomé; confieso que nunca me había pasado nada parecido. Por supuesto, un segundo después apareció un policía, que empezó a increpar y cuestionar a mi amigo Botijaco, "lo asaltó? está bien?". "Tengo todo, todo está bien" supongo que dije, la verdad no recuerdo muy bien las palabras (cada día entiendo menos las palabras), miré el interior de la billetera, ahí estaban las tarjetas, el carnet de conducir, el de identidad, todos revueltos pero ahí estaban, incluso un par de papeles ridículos que guardo en función de dos amigos que un día me pidieron un favor. "Me puedo ir?" pregunté, "sí claro..." dijo el fantasmagórico policía. Seguí caminando y tomé un taxi y me dejé caer alcoholizado en cama. Supongo que lo que siempre me dice mi editor es cierto, que tengo una suerte extraña para estas cosas, que siempre me libro, hasta que no sea así, claro.

Al día siguiente revisé como 50 veces la billetera para asegurarme que todo fue real, y haciendo eso me di cuenta que no tenía mi reloj de bolsillo y que ahora un extraño encendedor figuraba en mi chaqueta.

miércoles, febrero 27, 2008

Encuentros en la Nada



los encuentros fortuitos y casuales con escritores tienen siempre una cuota de misterio, o de hollywood si se prefiere. Tal vez porque son personajes que para nosotros nacen en la ficción de leer. Recuerdo por ejemplo la descripción que hace Bolaño del encuentro con el nobel Octavio Paz, en un parque de Ciudad de México en "Los Detectives Salvajes", o las apariciones fantasmales de Martin Amis en su novela "Dinero". La cosa es que hace un par de semanas me encontraba cenando en familia en el recién estrenado departamento de mi hermano y, cuando ya el fragor de la conversación familiar me tenía al borde del silencio, me ofrecí de voluntario para ir a comprar cervezas a la esquina. El barrio es el mismo en el que crecí y lo constituyen un sinnumero de pequeñas callecitas llenas de casas y pequeños edificios y plazas y pequeños almacenes donde los mismos dueños te miran la cara de desarreglado adolescente aunque ya tengas casi 40 años. La noche era de estas noches de verano que son tal vez lo mejor que se pueda desear en la vida.

En una esquina, al girar me encuentro con Erick Polhammer, reputado poeta de los ochentas y de quien leí en la Universidad un excelente poema llamado "Los Helicópteros" pero que poco y nada más llegó a mis manos después, siendo más famoso por sus roles de jurado-bufón en un programa de la televisión local de mediados de los ochenta y noventas. Pero como a mí nunca me ha importado mucho qué es lo que hace un escritor de su vida mientras no se ponga a hablar de literatura, apuré el tranco para ver si caminaba a su lado una cuadra o dos y, quien sabe, tal vez decirle que su poema me había gustado mucho hace ya casi 15 años. Pero cuando estaba por alcanzarlo y ya dimensionaba su enorme figura en un chaleco a rombos, coronada por su semi-calva pero siempre melenuda y rizada cabeza (todo un personaje, aunque sea yo el que lo esté diciendo) hizo algo bastante extraño.

Pasamos junto a un poste del alumbrado, y en él estaba pegada una hoja de papel, con algún texto y la foto de un cachorro extraviado, como es común que los niños las coloquen por el barrio cuando sus mascotas se escapan de casa; en un movimiento brusco, el escritor la arrancó de golpe y la llevó hasta su cara. Yo pensé que tal vez la analizaría como un objeto literario o algo así, la guardaría en su bolsillo o tal vez trataría de colocarla de regreso en un árbol o una muralla. Sin embargo la hizo mil pedazos en un arranque de ira y la arrojó con violencia en el siguiente tacho de basura que topamos.

Bastante sorprendido e intrigado aflojé el paso y lo seguí, hasta que lo alcancé en la esquina y me paré a su lado, en su rostro no quedaba nada de enojo, de hecho no quedaba nada de nada, ni ironía, ni cansancio, ni satisfacción o al menos resignación, era plano, neutro, parecía sacado de una revista. Cruzó con luz roja, se perdió en la oscuridad más allá de la botillería; al otro lado de la vereda una pareja de adolescentes se besaba, por lejos mucho más interesante...